no logro recordar que título llevaba esto

Hay distintos días en la vida de un hombre, hay días en los que amamos y cada paso nos revela un misterio asombroso, hay días en los que odiamos y el mundo es un insulto a nuestro orgullo, hay días en los que pareciera que pudiésemos volar, días donde el límite entre el cielo y el mar se hace cada instante más infinito, días en los que somos fuertes y días en los que el dolor nos sobrepasa, hay días en los que el mundo entero parece cubrirse bajo el cáliz de la amargura… ningún día es ordinario en la vida de un hombre… ningún instante es pobre en maravillas… ni en desconsuelo, ni en incertidumbre.

Me despertó el ronroneo de un gato en la ventana, es extraño como en ocasiones los animales parecen presentir los grandes cambios y de una forma especial nos transmiten su vaticinio. Luego de dos semanas que gozaron de un clima espectacular, hoy amaneció lloviendo, lluvia de verano, con rayos de sol formando arco iris en cada gota... mi abuelo hubiese dicho que eso era un milagro, él tenía una forma extraña de ver las cosas, para él, nada significaba lo que aparentaba a simple vista, todo escondía un regalo, una sonrisa… ojalá estuviese ahora junto a mi, ojalá me pareciera más a él…

El último año había sido de una total incoherencia, cada día vivía en post de llegar al atardecer, en una lucha constante por sobrevivir al instante presente, por conseguir glorioso el esperado descanso, la protección de mi habitación y del ensueño, la oportunidad de huir del universo y de la posibilidad de formar parte de él… dormir… dormir y olvidar un mar de ocupaciones ajenas, extrañas, vagabundas y a la vez tan mías. Hoy, el verano, la lejanía de mis amigos, el abandono del amor, la necesidad de Dios y el abrazo de esta lluvia amiga, me brindaban el momento preciso para recapitular cada segundo, para vivirlo, para saborearlo lentamente y entenderlo, entenderlo como parte de mi vida, verme como protagonista de mis acciones y no como un simple espectador, necesitaba entender todos estos sucesos aparentemente inconexos, aprender de ellos, conocerlos…

A veces siento que estar en casa me hace mal, el ambiente hogareño funciona como una atadura que me impide madurar, aquí habitan mis fantasmas, ni niñez, el mundo que domino, que me comprende, me acepta y me quiere; afuera está la bruma, la aventura de lo desconocido, los retos a superar, el mundo deseoso de ser conquistado… necesitaba caminar, dar un paseo errante para que mi mente y mi corazón pudieran también emprender el vuelo.

Poco a poco, tal como una viuda ve partir a sus hijos y se enamora del silencio, la lluvia dio paso a una quietud sepulcral, las calles desiertas y el sol de enero que hoy se levantó algo adormilado, daban un aspecto mágico a un pueblo olvidado entre historias de batallas que jamás se brindaron. La monotonía de mi caminar no fue interrumpida más que por el repentino trino de un ave y la respuesta de su amada un par de árboles más adelante, el piso aún húmedo olía a amanecer campestre y me recordaba como a veces la tierra y el rocío danzaban juntos… ¿cuántos años hacía ya desde la última vez que sentí este aroma? tal vez muchos, tal vez ni siquiera fueran meses… los conceptos de tiempo y espacio parecían tan esquivos en días así…


El chofer era español, todos en el pueblo conocían su historia, llegó al país siendo un niño, su padre tenía una panadería, los malos negocios y el alcohol lo llevaron al asiento en el cual ahora se encontraba, conducía un mercedes antiquísimo, un bus intercomunal que parecía bailar al son de los tangos que transmitía invariablemente la radio del bus, no era un casete, mas nunca ningún otro aparato sintonizó la estación del intercomunal, viajar así era una especie de tradición, un viaje nostálgico hacia la historia de nuestro ser… junto a mi no viajaban más de tres o cuatro personas, probablemente a visitar parientes lejanos, probablemente, al igual que yo, viajaban sin rumbo, buscando alguna señal que les mostrase el camino hacia una vida nueva… una resurrección sin necesidad de morir previamente, una oportunidad para enmendar el camino que tan temprano había errado.

En la calle parecía que el tiempo se hubiese detenido caprichosamente, el sol de enero estaba surtiendo efecto sobre la tierra aún húmeda por la lluvia y el vaho que desprendía parecía cientos de almas deseosas de alcanzar el cielo, rozando a su paso, delicada y vitalmente, la arboleda que nos despedía. Junto a la solera descansaba él, pies descalzos, labios azulosos, un abrigo y un morral, ojos de niño, cabellos de niño, dolor de anciano desilusionado… quisiera llorar, pero esa es una de las cosas que olvidé junto al retrato de mis doce años; el bus continuó su trayecto y me despedí de aquel niño sin nombre al que más tarde bautizaría como nostalgia.


A veces me siento de verdad tan solo. Otras simplemente sé que lo estoy.

Necesito vacaciones, un mojito y el computador donde quedaron los borradores alegres.

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