natividad

Caminaba por las calles alejadas del centro, esas que no lucen girnaldas rojo-verdes, no han sido engalanadas con luces, ni se poblan durante el día de cientos de personas bonitas portando bolsas y papeles brillantes. No. A escasas 8 cuadras del centro, no hay navidad. Hay olor a pescado y queratina, a tierra, piel y ropas desaseadas. Navidad puede ser -tal vez- el mejor día del año, pero puede también ser una fecha repugnante. ¿Qué celebras si te sientes solo el día del amor y la solidaridad? ¿Qué motivo encuentras para sonreír si te han roto el corazón el día del muérdago y los villancicos? En una esquina, entre la basura depositada en el frontis de un supermercado local, descubrí a un hombre de unos 62 años, larga y blanca barba, pero sin un rojo traje de satín. Ausentes la barriga prominente, la sonrisa en los labios y las mejillas rosadas; en su lugar, hambre, lágrimas y tierra. No sé cual sería su nombre, pero no era Jesús. Me acerqué a obsequiarle algunas monedas y una sonrisa, añorando el pan de pascua, café y licor de aquellas noches por las calles de Chillán. Ayúdeme a ponerme de pie, tengo frío -susurró-. Dejé mi bolso en el piso y me aproximé hacia él. Se incorporó raudamente y se perdió en el horizonte con mi bolso. A lo lejos se detuvo, volvió a mirarme y grito: matanga!

Feliz Navidad viejo pascual...


Líneas Primas... el placer de escribir lo nos da la gana

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